29 de enero de 2011

NARRATIVA.

Útero con vista al mar.

Por Orlando Tengri. 
2010.

A Rodrigo, noble pertenceciente al pueblo de los cincos, quien decidió partir antes. In memoriam.

Cuenta la tradición sufí que existen, alejados de nuestros horizontes, desiertos sin viento. Como úteros con vista al mar reclaman su parcela intocable, invisible para nosotros los normales, sin embargo, su lejanía nos es paradójicamente tan próxima que si nos concentramos podremos constatar su carencia de movimiento. Estas planicies áridas están habitadas por un pueblo disperso que se hace llamar los cincos. La ética de la diáspora, del esclavo es su misión, que huye de sus cadenas, al igual que los judíos, lo suyo es partir. Y esto se puede notar especialmente en sus ojos distantes e introvertidos, parten al rehuir el contacto visual cuando uno los observa atentamente; pareciera que no logran enfocarnos en el centro de su mirada. En una clara contradicción en sus términos, cuales oximorones, los cincos gozan de una hipersensibilidad insensible, lo cual llama la atención como si de una clara provocación se tratase, pero esto sólo es resentido por los espíritus menos aguzados de entre nosotros. Dicen que aproximarse a ellos no es tan fácil como pareciera, ya que su franca hostilidad disfrazada de pasiva agresividad es prueba a vencer para superar la barrera primera, que es insensibilidad para quien no sabe de estas artes, pero aquel que logra traspasar esta coraza que es una doble frontera entrará en su desierto, o lo que así parece desde afuera. Quienes han estado ahí hablan de todo menos de arena inmóvil, bien al contrario, relatan la experiencia del agua, abundante, cálida y que fluye internamente como si de líquido amniótico se tratase. Los expedicionarios relatan también volcanes en erupción, movimientos sensoriales y profundos sentimientos, lo que contradice la tesis de frialdad, la cual es ficticia, entonces este simulacro de frialdad es en sí una concha que les protege del dolor. Se dice que los cincos es un pueblo que sufre del contacto de las relaciones, por eso se han aislado, soterrando el sentimiento del miedo, pasan por cobardes, por no querer enfrentar las cosas y a los normales. En su arrogancia los cincos tienen la certeza de ser individuos profundos que llevan la palabra a donde ésta no crece, sin embargo los normales que los han tratado afirman percibirlos como seres intensos y extrañamente desconectados. Además de otras filogenias los cincos comparten entre sí la escasez de amor en sus primeros años de vida, fueron pequeños a quienes faltó el vínculo estrecho con sus ancestros inmediatos. Por ello tienden a ser sujetos altamente racionales, con miedo a sentirse vulnerables ante lo que creen dominar, amantes de los libros y de la naturaleza han construido una Babel de letras para sí. Avaros, en su mezquindad de darse a los otros, los cincos se aislan en sus castillos de marfil esperando mejores tiempos mientras sueñan que algún día ya no les dolerá la otredad.



El Hotel del Mundo.

Por Orlando Tengri.

 

Tiempo espacio 
El encuentro (Madrid, un amanecer rebelde).

Ella y yo nos conocimos en el mes de julio de 1997 en la calle embajadores 68 en el barrio de Lavapiés en Madrid en "el laboratorio", una casa Okupa que albergaba entre otros a anarkistas, feministas, autogestivos, libertarios, globalifóbicos, todos ellos y ellas luchando por un mundo mejor y mas justo, por un mundo donde cupieran todos los mundos para darle voz a los sin voz, la cita fue convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y llevó por nombre segundo encuentro intergaláctico por la humanidad y contra el neoliberalismo. Fuimos miles de personas las que llegamos desde los cuatro confines del planeta, "la escoria" del mundo reunida para cambiar al sistema, luchando por un sueño, por el nuestro que era el mismo sueño de los oprimidos, de los que nadie sabía o quería saber, de las minorías, los nadies y las nadies que al juntarnos sentíamos que éramos alguien, nos reconocíamos en tanto que hermanos y hermanas como los desposeídos del mundo. El nombre de la calle en que nos conocimos es simbólico pues en ella fuimos en su momento embajadores de toda la rabia del mundo, de la rebeldía acumulada, de las ansias por mover a la indolente estructura que se pavoneaba a expensas nuestro. Esta edificación había sido un antiguo laboratorio y okupado por nosotros fue renovado como laboratorio para experimentar la revolución y sin esperarlo ni poder prevenirlo, fue también el laboratorio de un amor único y extraordinario que juntó dos mundos diferentes unidos por la rebeldía, la dignidad y Madrid. Por primera vez el mundo entero fue nuestro hotel, al que llamamos El Hotel del Mundo donde "estar gatitos" como ella en su incipiente castellano nombraba a nuestra relación.

Segundo espacio
El viaje (isla, puerto y amarre)

Así, con la esperanza que construye amor, emprendimos el viaje, fuimos moros y judíos en una Andalucía recreada por nuestros pasos, recogimos las ramas con que trenzamos caricias en Córdoba, Alhamabra, Toledo, Cádiz, Sevilla, Granada, Valencia, el Indiano, lugares en que desarrollamos el argumento de nuestra propia road movie hasta llegar a un pueblito costero llamado Saint Laurent du Var en la Côte d'Azur francesa, lugar donde vivía esta mujer que había cruzado los mares en un velero, conocido muchas lenguas y culturas diferentes y que por tanto había elegido un mexicano como puerto, isla y mar.

Después de unas semanas juntos en aquel puerto llegó el aciago día de nuestra despedida, la noche anterior es la noche blanca mítica toda ella, noche en que hacer el amor se convirtió en un acto reivindicatorio de todos los amantes que han tenido que despedirse en todos los tiempos y lugares del mundo, noche en que el amor nos une con la persona amada por última vez a sabiendas que vas a enfrentar a un desierto y éste será el último oasis donde podrás abrevar antes de la sequía.

Tercer espacio
Encuentros que son reencuentros (¿lo qué importa es el viaje?)

Al poco tiempo de nuestra despedida en Francia ella a me avisó que pensaba ir a Cuba y luego, si yo estaba de acuerdo venir a visitarme a México, su visita que en principio sólo duraría unos días fue alargándose hasta convertirse en meses y luego en años.

El viaje al interior del México profundo, sin fondo, abismal. Así, ella y yo emprendimos el encuentro con este país, yo, mas extranjero que ella ya que ser mexicano es ser extranjero en una tierra que dicen es propia. Montañas, planicies y costas son escoriaciones del tiempo, llagas abiertas que supuran gente. Recorrimos sus escarpados usos y costumbres, yo, como niño, ella como niña, ambos formamos banda de ingenuos y nos dejamos conquistar por su gente, por sus no dichos, por ese mirar de tres cuartos de perfil, huidizo, rebuscado y barroco. Abrimos nuestros grandes ojos a su tristeza disfrazada de gente, seres melancólicos que adquieren objetos y relaciones para mal disimular su insatisfecha felicidad. Así, comenzamos a habitar dos lenguas.

Enseguida, de nuevo el viaje hacia la ciudad luz, 69 rue Olivier Mètra, en esta calle fue el 69 de nuestras relaciones, Paris VII, universidad y universalidad, cosmopolitismo, reencuentros con los otros, los variados, los contrastantes, nosotros, el medio de contraste. Vivimos nuestra plaza de las fiestas. Para llegar a la rue Mètra era necesario remontar toda la avenida Bellevie, bella ciudad hacia la podrida sociedad del Paris de aquellos años con sus ciencias de agujeros.
Luego de nuevo Saint Laurent du Var, escapadas a Antibes, Juin les Pins, Cagnes sur mer, Nice, Cannes, Mónaco, Imperia, Corsica última parada donde su abuelo, mezcla de Napoleón le petit y Cocodrilo Dundee, personaje bizarro para aquellos lugares plagados del neoconservadurismo que solamente el jetset internacional puede concebir.

Último espacio
La partida (Je suis venu te dire que je m'en vais)

'Vine para decirte que me marcho
y tus lágrimas nada podrán cambiar,
como bien dice Verlaine au vent mauvais...
je suis venu te dire que je m'en vais'. (Serge Gainsbourg)

Y sí, llegó el tiempo de los adioses, de los nunca jamases, de los sollozos largos y se instaló el instante distante de la memoria y la nostalgia. Pero hubo un día en que bailamos la javanesa, cuando reímos y cantamos, tiempos en que el amor se recreó en nosotros y se convirtió en nuestra babel desde donde arañamos con nuestras flechas el cielo, pero éstas un día u otro tenían que caer, en ese tiempo cuando las lanzamos no lo sabíamos porque veíamos que ellas subían remontando el cielo imparables, ingrávidas.

El tiempo del amor incendiario, libertario, viajero, explorador y autogestivo en el cual nos dimos la oportunidad de descubrirnos, de ser solidarios y de mirarnos, había concluído.

El templo de los jueces
De cómo aprendí a mirar el firmamento, donde tierra y cielo se juntan para que el amor los haga.

Con el tiempo y la separación la memoria se convirtió en juez, comenzé a adorar religiosamente la historia de nosotros dos, y con la memoria llegó el tiempo en que me quedé sin respuestas. Las noches solitarias se convirtieron en recreaciones fantásticas de aquella noche blanca junto al Var, el sinuoso río que llevó nuestras sábanas humedecidas por suspiros hasta el mar para arrojarlos al mundo. Comencé a ser el juez mas severo de mi vida y a practicar el culto al pasado.
Han pasado los años, he buscado el calor desesperadamente en el cruel laberinto de la memoria y en nuevas relaciones, pero éstas sólo me han ofrendado ínfimos pedazos de ella encerrados en hielo y muy a menudo enclaustrados en otras mujeres, relaciones que llegaron a ser el panteón de mis deseos.
Alicaído, soy el descendiente de aquella relación, aquí estoy desnudo, mirando de frente todo lo sagrado que ella continúa trayendo a mi modernidad como mítica figura del retorno eterno. Entendí que las personas somos cada una de nosotras el templo sagrado de los jueces de este mundo.



¿Dónde te duele?.

Un motivo de más para celebrar juntos el 20 de noviembre

Por Orlando Tengri
México, 2009.

Y yo pensando que gritabas de placer sin darme cuenta que te dolía cada vez que hendía mi candente fierro en ti.


La sabiduría popular que pocas veces se equivoca -y cuando lo hace en ultimadas cuentas pos tampoco se equivoca- acertó muy bien en ponerle al proceso revolucionario acaecido en México como“La Bola”, y es que así se han de haber sentido los pobres huarachudos enviados a combatir a las juerzas enemigas cuando semejante bolota de facinerosos se les venía encima. Pero esto nada más cuenta como preliminares de algo mas candente.

Cuando no era mas que un chamaco mi abuela Luisa me contaba una historia que según ella iba a ayudarme a dormir sobre todo en las noches en que como típico escuincle lo único que uno quiere es seguir chacualeando como mocoso que uno es; pues bien mi dulce abuelita comenzaba con el “¿Dónde te duele?”, para luego soltar una de sus carcajadas habituales, una vez que las lágrimas de risa se le paraban seguía con su historia,“en la revolufia así era como se les preguntaba a los del ejército contrario dónde les dolía para luego luego ponerles ahí mismo el fierro asesino”, me explicaba que así se estilaba hacer sobre todo cuando al amparo de la oscuridad nocturna les caían por sorpresa a los desprevenidos durmientes de la tropa enemiga, de esta manera, sorpendidos en su sueño no tenían tiempo mas que para decir “ahí me duele, ahí merito donde me estás enterrando ese cuchillo” o lo que era mas común e irrespetuoso, dejarse morir sin decir ni pío ante el avance de la filosa arma en sus entrañas o en el cogote. Este relato de mi abuela bastó para que durante los próximos años de mi vida no pudiera conciliar el sueño y viera en cada sombra desvelada una mortal amenaza; pero ahora que lo pienso bien y que al fin he logrado dormir a sus horas, el famoso “dónde te duele” de mi infancia tiene una revelación mística ya que indica una forma muy peculiar del ser profundo del mexicano. Me explico, trayendo hasta nuestros días a la desafortunada pregunta, pues resulta que ésta denota cómo nos ayudamos entre sí los unos a los otros, expresa nuestra solidaridad, si no me creen les diré cómo, lo primero que hacemos es averiguar a dónde le duele al que queremos darle “su ayudadita”, poco importa que éste sea amigo, enemigo, cercano o lejano, para luego, una vez que nos indica el lugar preciso, le clavamos el filoso puñal que acabará con sus penas.



Historias de vida -IV-
 
Por Orlando Tengri 2010.


Es primavera del año 2000, en las afueras de Berlín el Krumme Lanke, un lago donde se encuentra una playa FKK (Freikörperkultur) -cultura del cuerpo libre-. Las imágenes para un mexicano pueden ser bucólicas ante la situación que la ropa opcional representa; a pocos metros, una mujer con arracadas en los labios mayores, muestra lo que en otros espacios serían exhibiciones de interiores. A lo lejos, dos jovencísimas estudiantes en su primera experiencia cultural evitan sucumbir ante el acoso de los más avanzados en este arte. Un monsieur todo dorado por el sol se pasea con una tranca de considerables dimensiones, algunas mujeres nerviosamente ríen y lanzan miradas significativas entre ellas al paso de aquel protohombre, quizás les represente un buen arquetipo de lo masculino. A nuestras espaldas, un par de turcos que tomaron la opción de estar completamente vestidos admiran el paisaje que no es propio en sus tierras natales. Una mujer de unos 20-23 años estira su toalla al pie de la mía y se tiende sobre ella, aunque no es muy bueno mi inglés comenzamos a platicar en dicha lengua, ella lo habla mejor que yo, me entero que es bióloga. No es fácil sostener la plática frente a su desnudez, sus ojos, que denotan honestidad y confianza hacen efecto en mí, la plática discurre sobre diferentes temas, ella se unta crema solar mientras intento ocultar mi turbación, creo poder disimularla muy bien, de algo me han valido tantos años de práctica, ahora, toda esa turbación me parece estúpida, que lindo es turbarse, sin pena, sin que las personas nos sintamos ofendidas por las hormonas. Va atardeciendo y comenzamos el ritual de despedida, para esto ya hemos intercambiado nombres, reído y también simpatizado, en algún momento antes de despedirnos le pregunto a Daniela si le gustaría ser mi amiga, entonces ella se torna pensativa, después de un momento de cavilaciones me dice, palabras más, palabras menos: "es linda tu propuesta, me gusta mucho, sin embargo creo ya tener demasiados amigos y no podría atenderte como se merece un amigo, de todas maneras agradezco tu propuesta". Un beso de despedida se instala en cada mejilla, ella ya vestida se marcha hacia el porvenir. Me quedo con el recuerdo, su piel, sus ojos, sus risas, pero lo que me ha marcado, haciendo que aún la recuerde hasta ahora entre tantos otros encuentros casuales, es que ella supo decirme "no puedo ser tu amiga", se atrevió, pudo haber dicho lo que comúnmente expresan demasiadas personas "sí claro, seamos amigos..." y luego resultan sus palabras ser tan huecas como quienes las pronuncian, Daniela me dijo no, y por tanto mi amor propio no sufrió ni me sentí rechazado, todo lo contrario, me sentí cobijado por su franqueza, así, aunque no somos amigos resta en mí el vínculo emocional del recuerdo, porque estoy unido a ella, a su "no" lleno de honestidad. Cuánto daría por escuchar más seguido palabras congruentes, aunque éstas sean de negación a mis propuestas.